La crisis golpea a las familias
La crisis va poniendo rostros, sí, rostros de personas queridas que caen en el paro, de otros que no pueden hacer frente a la hipoteca, de nuevos pobres de “solemnidad”, de esos que les da vergüenza pedir porque no lo han hecho nunca. Esas personas son reales, viven con nosotros.
Y en esos rostros he visto de todo, familias, personas solas, y gentes que tuvieron una familia que ha quedado desecha.
Pero lo que realmente da pena es que no se dé nadie cuenta que parte de esas familias desestructuradas pasaron crisis que pudieron superar y, sin embargo, se comportaron de un modo exclusivamente sentimental confundiendo el amor por el “me gustas”; y ese amor se acabó a veces por esa secretaria o esa compañero de trabajo que era más comprensivo. En definitiva, una trivialización de la familia desde el modelo progresista degeneró en soledades.
Y esas personas que se movieron sólo por el mero sentimiento, son las que menos preparadas están para superar la crisis.
Si el amor se ha confundido por esa gozosa sensación de que el viento viene a favor, ahora no es así, es preciso remar en contra y es preciso que todos remen en la misma dirección.
La familia estable se curte en el sacrificio, en la superación de la contrariedad, en la entrega sin esperar nada a cambio. Y ahí pueden recalar temporalmente las personas que, dentro de la misma, pasan un mal momento.
Hoy un sueldo hace maravillas a pesar de lo escaso. Hay hijos que están echando una mano a los padres porque ya no llegan a fin de mes, porque el primero en caer en el plan de empleo ha sido al que menos recorrido laboral le queda. Hay padres que abren su casa a los hijos para que, al menos, no les falte de comer mientras buscan un trabajo que no encuentran.
Ciertamente los hijos aspiran a la independencia y los padres aspiran a no necesitar de sus hijos. Pero donde hay familia hay sistemas de gran delicadeza para que todos se sostengan entre sí y para comprobar que, al final, es una bendición la familia extensa y, cómo no, las familias numerosas.
La concepción progresista de familia ha demostrado su debilidad en estos tiempos de crisis. El interés, la búsqueda de “buenas sensaciones”, del “cuerpo saludable”, de “sentir el amor”… se demuestra una escuela de soledad.
Y el Estado muestra, en tiempo de crisis, por mucho que sea su esfuerzo, que es un sistema “sin alma”. No es que no se quiera llegar, es que se llega a atender necesidades materiales numéricas, según unos criterios y durante un determinado tiempo de vigencia. Ninguna familia se contenta con llegar al 80% de la población, el Estado es feliz si llega al 90%. En la familia cada vida importa.
Ese 10% creciente son personas que seguirán cayendo hacia el subsidio o por debajo del mismo, mientras que un Gobierno podría considerar que “la tasa de pobreza” es aceptable.
Eso muestra que lo progresista, en familia, pasa factura; soledad, insolidaridad, infecundidad, frío social. Sí, acabarán dando de comer quizá a todos, pero llevando la escudilla y convirtiendo todo el país en un país de “refugiados”.