Cuando digo Papá
Este tercer domingo, el 17 de junio, la gente se levanta temprano y se viste de gala. No solo porque se sabe domingo sino también porque se sabe: es el día del padre. Y más allá del marketing de ventas, para elegir el regalo a papá, el corazón late distinto. Aunque ya no esté conmigo hoy quiero recordar a mi padre.
Cuando digo papá digo quien me dio la vida y, al mismo tiempo, me quitó el destino de conocerlo. Pero también cuando digo papá cuento esta historia: la de un hombre que amó tanto a una mujer que le hubiese bajado el cielo solo si ella se le hubiera pedido. A una mujer a quien la naturaleza le negó la posibilidad de un hijo. Así que él le jugó una pulseada al destino y la ayudó a ser mamá. Mi mamá. Cuenta la historia que los hombres de antes usaban camisetas y una de las mejores fue la que se rasgó mi papá para cubrirme del frío. La vida nos unió, sin saberlo, con el ajuar o sin él. Y esa primera noche ya no tuve frío y los miedos de mamá se fueron conmigo abrazada.
Papá, me dice la historia que llegué pasados tus cincuenta años y que te agarré cansado. Sin embargo recuerdo interminables upas una y otra vez, innumerables vueltas en la calesita hasta sacar la sortija, incansables corridas detrás de mi precario equilibrio en una bicicleta ya sin rueditas. A upa de tus inmensas espaldas el mundo se veía maravilloso. Tardé años en aprender que lo primero era la familia deleitada como estaba por ese canto de sirenas que es la adolescencia.
Si tardé en comprender la frase que me dedicabas: “ m hija: en la cancha se ven los pingos” y te juro papá que vi aparecer y desaparecer algunos pingos en la cancha como por arte de magia.Vi tus ganas de ver y de vivir en el cambio de siglo. Corriste la fecha de vencimiento que la muerte te había dado y te diste el gusto, papá, de ver el 2000. Después te fuiste tranquilo sabiendo que la misión estaba cumplida. Conociste a tu nieta y sabías que nunca, pero nunca más, me quedaría sola.
Daría mucho por volver a escuchar tu voz llamándome. Pero las leyes del universo son infranqueables. Vos te fuiste y los años no vuelven atrás por mucho que lo deseáramos. Nuestra despedida no fue la mejor. Aun así me queda la certeza de que nos hemos amado, mi querido viejito.
Mónica Beatriz Gervasoni